miércoles, 21 de enero de 2015

Un jardín


Un jardín no es un lugar verde. No necesariamente. Es un lugar que te lleva a un estado mental a fuera.
Por ejemplo, en un  jardín logrado se puede leer un libro, que sólo se puede leer en ese lugar. 
Es un lugar sin función, ni razón. Uno lo llena con lo que tiene adentro. Si uno no tiene nada adentro no verá ni sentirá nada. No es casualidad que el hoyo por donde cae Alicia se encuentre en un jardín.
Un jardín es una ventana al cielo que muestra las nubes pasar, que te lanza fuera de la casa, cuando se está preocupado.
Tengo la impresión de que no existiría el diseño paramétrico si esos arquitectos hicieran jardines. Las pequeñas lomas y hoyos ya son lo bastante paramétricas para mí.
Hago el experimento dejar crecer lo que salga en un jardín. Es impresionante la cantidad de plantas (les dicen malezas) que salen solas. Hay toda una fuerza que quiere salir y uno reprime con el jardinerismo y los jardineros. Sin embargo, se puede ir contra muchas cosas, menos contra lo que piensa un jardinero.
Es de vital importancia elegir el tipo de pasto en un jardín. Por ejemplo si se planta chépica (bermuda), cuando le llegue el sol poniente en invierno al ponerse amarilla, refleja una increíble luz fosforescente.
En un jardín, o mejor dicho, en su jardín, que siempre estuvo pero que nunca vio hasta ese momento por tener su mente en la empresa familiar, Thomas Bruddenbrock, el protagonista de la novela de Los Buddenbrock de Thomas Mann, descansó y pudo leer un libro que lo consoló. Dentro de su terraza elevada y colmadas de parras lloró a través de lo que leía.
Mi madre ama los jardines. Siempre cambiándolos. Esperando la primavera, replantando el pasto y flores de la estación. Tupido de ramas, mi padre se hería la pelada raspándose con las ramas que tenía prohibidas cortar el jardinero, porque era más bonito. Esa declaración de principios subterránea y firme e irracional, definió muchas decisiones que he tomado. Buenas o malas.

Como diría Chucho Reyes el pintor amigo de Barragán: La belleza es lo bonito. Lo bonito es simplemente lo que a uno le gusta. Y la belleza a veces, hiere, mi padre concluiría. 

viernes, 12 de diciembre de 2014

Esquina


viernes, 27 de junio de 2014

miércoles, 25 de junio de 2014

martes, 24 de junio de 2014

martes, 23 de abril de 2013


Planos y Caníbales

Observar con cuidado los planos de Murcutt es una experiencia altamente perturbadora para un arquitecto que trabaja en el siglo XXI. Bellamente dibujados a tinta y poblados de anotaciones. Al trabajar sin secretarias ni ayudantes, parece que esta grafomanía es, más bien, una conversación consigo mismo. Una batalla entre el dibujo, las letras y el silencio.

Al revés de casi todos, no hizo crecer su oficina y, por el momento, no aceptó encargos fuera de Australia, porque su arquitectura es lenta y de un profundo conocimiento de su cultura local. Algo ridículas parece sugerir son las aspiraciones transnacionales de algunos arquitectos.

Que inútiles parecen el Autocad, la parimetría y los renders al contemplar sus dibujos y el cariño de su línea. Me dieron ganas de desempolvar el viejo tablero y encontrarle un lugar.

Su arquitectura, personalísima, capaz de hacer una casa inolvidable ampliando una canal de agua lluvia hasta la exageración, para que no se tape con las grandes hojas de eucaliptus(Casa Ball-Eastaway). Son temas despreciados  y cotidianos que usualmente uno esconde, como las bajadas de aguas lluvias, y Murcutt las transforma en el centro del proyecto.

Glenn Murcutt cuenta que el despertar de su percepción ocurrió a los cinco años cuando vivía junto a sus padres y cinco hermanos en Nueva Guínea en la décacada del ´50. Su papá construía caminos. Vivían aislados en medio de la selva.

Una tarde, escuchó un ruído desde la selva, enseguida, vio acercarse a su casa los Kukukuku,  una tribu caníbal local, que entre sus últimas actividades contaba servirse de cena a un alemán. Iban formados en fila.

Salió al encuentro el padre de Murcutt y se reunió en una zona del campo con el líder de la tribu. De pronto el padre le da un puñetazo al jefe tribal, lo tumba, y le rocía pimienta en los ojos. El caníbal no sabía que ese hombre blanco era campeón amateur de boxeo en Australia.

Desde ahí cada ruído al acercarse la noche fue diferente, más intenso. Dice que podía saber cuando venían los Kukukuku sólo con el olor que traía el viento. El miedo había entrado a la vida de Murcutt, especialmente a la noche, y agudizado su percepción. 

La Soltura de Frank

A mediados de los ´70 en el peor barrio de Venice Beach, cuando el precio de las bienes raíces no era una inmoralidad, Frank Gehry, junto a dos amigos hicieron tres casas (Indiana Avenue Houses) para la venta con la peregrina idea de vendérselas a artistas y hacerse millonarios, replicando el negocio en todo el barrio.

El primer piso con el mínimo de dormitorios y baños; el segundo un gran espacio de doble altura donde el artista trabajaría. Una casa con terminación exterior de estuco azul, la otra de madera contrachapada sin pintar, la otra de tejas asfálticas verdes.

Gehry tuvo carta blanca para el diseño. En ese tiempo diseñaba casas desconcertantes exteriormente, utilizando materiales ninguneados y baratos, y de generoso espacio interior.

En una visita de obra los amigos de Gehry notaron algo raro: Las casas no tenían ventanas, eran frías y deprimentes. Citaron a Gehry y este les dijo que las había diseñado para otro lote, el de la esquina, que tenía diferente orientación, a lo que uno de los socios le respondió “Pero como Frank!, como va a ser posible, yo compré el lote, como te iba a mostrar el equivocado”. A lo que Gehry respondió con gran soltura de cuerpo “Le pondremos más ventanas desde donde llega el sol y quedará genial”.

Y el espacio quedó genial, sin embargo, tenía tantas ventanas que los pintores no tenían donde colgar sus lienzos. Obviamente  nadie se hizo millonario (estas cosas se hacen por otros motivos) y costó venderlas. 

Estas casas algo fallidas de Gehry son un antídoto frente a obras de perfección suiza y académica como las de Olgiati. Amplias y ligeras, perfectamente construíbles en Chile. Con materiales que aguantan el error.

Tres objetos de extraña presencia cubista sin un asomo de purismo. Como tres transformers esperando su misión, que con el tiempo compró, una a uno, Dennis Hopper- Frank en Terciolpelo Azul.