miércoles, 18 de enero de 2012

Jean Prouve, sin cartón

“El arquitecto en el mejor de los casos es un hombre de negocios en el peor un abogado”, decía Jean Prouvé, arquitecto sin título y un particular tipo de empresario del diseño. Creía que el diseño y la construcción iban de la mano, que eran un matrimonio indisoluble. Por así decirlo, no creía en las licitaciones.

Poseía una fábrica llamada “Ateliers Jean Prouvé” en Nancy, donde diseñaba y construía desde sillas a casas de estructura metálica. Por más de veinte años hizo algo al parecer imposible, diseñó casas y muebles modernos con éxito comercial.

En determinado momento un grupo económico le compró un porcentaje no menor, de la fábrica, para crecer. De más está decir, que fue el comienzo del fin: llegó el control de gestión, los contadores tomando decisiones. Fue relegado a dibujar a una oficina. Un buen día, no volvió más. Tenía 52 años. Desde allí hasta su muerte fue un alma en pena. Su inspiración, el fierro, sus máquinas, su fábrica, las había perdido. Especie de cocinero necesitaba crear y cocinar sus recetas.

Jean Prouvé recomienda el trabajo práctico por sobre todo. Que la cosa se haga. Construir prototipos y mejorarlos. Trabajó a pequeña escala. Diseñó y construyó en menos de un mes una de las más bonitas casas: La del abad Pierre. Impaciente, en el mejor de los sentidos, practicaba el concepto de la casa rápida.

Pasado los 60 años una ridícula comisión del colegio de arquitectos de Francia lo instó a confeccionar un portafolio de su obra para decidir si le daban el cartón, porque no podía firmar sus planos. Se negó rotundamente. Eran otros tiempos, a nadie se le ocurría hacer magisters y doctorados.