martes, 23 de abril de 2013


Planos y Caníbales

Observar con cuidado los planos de Murcutt es una experiencia altamente perturbadora para un arquitecto que trabaja en el siglo XXI. Bellamente dibujados a tinta y poblados de anotaciones. Al trabajar sin secretarias ni ayudantes, parece que esta grafomanía es, más bien, una conversación consigo mismo. Una batalla entre el dibujo, las letras y el silencio.

Al revés de casi todos, no hizo crecer su oficina y, por el momento, no aceptó encargos fuera de Australia, porque su arquitectura es lenta y de un profundo conocimiento de su cultura local. Algo ridículas parece sugerir son las aspiraciones transnacionales de algunos arquitectos.

Que inútiles parecen el Autocad, la parimetría y los renders al contemplar sus dibujos y el cariño de su línea. Me dieron ganas de desempolvar el viejo tablero y encontrarle un lugar.

Su arquitectura, personalísima, capaz de hacer una casa inolvidable ampliando una canal de agua lluvia hasta la exageración, para que no se tape con las grandes hojas de eucaliptus(Casa Ball-Eastaway). Son temas despreciados  y cotidianos que usualmente uno esconde, como las bajadas de aguas lluvias, y Murcutt las transforma en el centro del proyecto.

Glenn Murcutt cuenta que el despertar de su percepción ocurrió a los cinco años cuando vivía junto a sus padres y cinco hermanos en Nueva Guínea en la décacada del ´50. Su papá construía caminos. Vivían aislados en medio de la selva.

Una tarde, escuchó un ruído desde la selva, enseguida, vio acercarse a su casa los Kukukuku,  una tribu caníbal local, que entre sus últimas actividades contaba servirse de cena a un alemán. Iban formados en fila.

Salió al encuentro el padre de Murcutt y se reunió en una zona del campo con el líder de la tribu. De pronto el padre le da un puñetazo al jefe tribal, lo tumba, y le rocía pimienta en los ojos. El caníbal no sabía que ese hombre blanco era campeón amateur de boxeo en Australia.

Desde ahí cada ruído al acercarse la noche fue diferente, más intenso. Dice que podía saber cuando venían los Kukukuku sólo con el olor que traía el viento. El miedo había entrado a la vida de Murcutt, especialmente a la noche, y agudizado su percepción.