martes, 30 de agosto de 2011

Un mal arquitecto

Leyendo por placer en horas en que podría estar haciendo un magister o un diplomado, me encontré ¿una maldición? con dos arquitectos en Guerra y Paz y Los Detectives Salvajes: Mijáil Ivanovic y Quim Font.
Quim Font, personaje excéntrico retirado de la arquitectura, en su juventud imprimió una revista de arte, al parecer, lo mejor que produjo fueron sus hijas. Su casa es un lugar que imagino lleno de plantas y con un bonito patio, que separa su casa, que en realidad es una cocina, con el permisivo taller de sus dos hijas.
“Qué hacía el señor Font antes de enloquecer? Era arquitecto, pero muy malo” escribe Bolaño en la página 33. ¿Qué es ser un arquitecto muy malo? ¿soy un mal arquitecto?, me pregunto yo desde la incomodidad de mi sillón. La sensación que da su casa es todo lo contrario a la de un mal arquitecto: Abierta, boscosa y a pata pelada. Además vive en su cocina.
Lo brutal y misterioso de la arquitectura, es que se puede trabajar como chino y honradamente y ser un arquitecto muy malo. Los arquitectos de las inmobiliarias que repiten los edificios, llegan a sus casas con la conciencia tranquila, como llegaban los oficiales de la SS (ejemplo un poco exagerado).
Hanna Arendt habla de la banalidad del mal, en el sentido que el mal es la falta de reflexión y juicio crítico con respecto a lo que uno hace. Se justifica el trabajo, en conseguir una logística perfecta pero loca (nazis), o en una rentabilidad loca (inmobiliarias), por sobre el sentido humano, humanista, que tiende al equilibrio.
El arquitecto de Guerra y Paz, Mijail Ivanovic, vive para escuchar las ideas del viejo patrón después de almorzar. Figura secundaria y servil, “un hombre mediocre” en palabras de Tolstoi, se encuentra al alero de su protector, que en definitiva es el verdadero creativo; ideando construcciones, dormitando, tendido en el diván de su espacioso y penumbroso estudio: establos, ampliaciones. De carácter insoportable. Más dormido que despierto, de dos siestas diarias.
A menudo el real arquitecto es el gestor, porque la arquitectura llegada cierto punto se transforma en gestión inmobiliaria. El drama es que en Chile los gestores, son endogámicos, siguen reproduciendo lo mismo, hasta que no queda nada. El arquitecto, pasa a una lugar secundario y sin poder, un comparsa que todo lo encuentra bien. Es análogo a lo que dice Raúl Ruiz con los directores de cine, el poder real está en los productores y los actores.
Pasa algo curioso a medida que vamos envejeciendo los arquitectos, y esto se puede corroborar revisando planos municipales, lo único que queda, es la firma, artísticamente trazada a tinta, del proyecto mejor ni hablar.
Triste educación y bendita la de los arquitectos, generalmente nos damos cuenta que la única manera de hacer los proyectos que nos hacen sentido es la autogestión. Curiosamente conozco más emprendedores arquitectos que ingenieros (los que lamentablemente cambiaron la ingenería dura y concreta por las finanzas), sabemos que hacer carrera tirando líneas para otro no es opción. Como en arte, no existen discípulos a la altura de los maestros.
Quim Font y Mijail Ivanovic dos arquitectos perdidos en medio de dos grandes novelas, hablan del abandono, la locura y el servilismo.